Siguió
caminando como si nada. Los gritos no le iban a parar esta vez. No estaba dispuesta a que las mentiras le alejasen de su destino. Sin embargo, tuvo que pausar su escapada
antes de bajar todas las escaleras de su particular prisión, su libertad se volvió a alejar. Él volvió
hacia ella con más rabia que nunca. Le recordó a aquellos días donde el barato whisky escocés era la excusa de los golpes y las lágrimas. Pero esta vez, el
posesivo hombre no sujetaba una petaca repleta de
alcohol. Sus manos aferraban con ira un cuchillo, el cual hacía menos hombre a
quien lo sostenía y más débil a la amada. De repente, el arma se acercó al
pecho de la hastiada mujer, la sangre acaparó todo el protagonismo en la sala y
el llanto cesó. El hipócrita asesino decidió que este mundo no era para él, y
el cuchillo, lleno de sangre inocente, volvió a actuar para acabar con la
cobardía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario