martes, 19 de febrero de 2013

Café solo



No había lugar para la duda, era ella. Ya habían pasado algunos años desde la última vez que pude volver a disfrutar de esa dulce mirada. Sin embargo, esos ojos me perseguían desde el primer día que dejé de verlos en la facultad. No me podía creer que estuviese  en la misma cafetería que ella.
Esta vez no compartíamos mesa ni sonrisas, no había caricias ni besos de los que disfrutar. Deseaba que me reconociese, que por unos segundos sintiese un pequeño recuerdo hacia mí. Un simple pensamiento que recorriese su cuerpo durante un momento. Momento eterno para mí.
Pero no se acercó. La, ahora, bella camarera  atendió otras mesas y me arrebató toda esperanza de volver a vivir un reencuentro con el pasado. Pensé en volver alguna otra mañana para que su sonrisa me endulzase el café. No tuve valor. El miedo al fracaso se apoderó de mí. Pensar en el rechazo, en la idea de que no me conociese era algo que helaba mi mente. Permanecer alejado era más sencillo, más útil para no sufrir. Vivir en la ignorancia era la única medicina que me quedaba por probar. Así que acudí a ella como un enfermo más, un paciente con una profunda herida de la que solo ella me podría haber curado.

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