Acciones
cotidianas, una vida llana, un destino fijado, un sueño cada vez más
cercano. Objetivos que te guían, que hacen de tu existencia un camino
sencillo, que no entienden de atajos. Solo hay que dejarse llevar por las flechas marcadas y esperar el ansiado final feliz
con la satisfacción de que lograste alcanzar todo aquello que te propusiste
cumplir.
Por desgracia es así de triste. Hay días donde ves que nada va a cambiar con
respecto al anterior, que miras los números tachados del calendario y descubres que
lo única diferencia con el que aún no está marcado es una mancha
de tinta roja sobre ellos.
Pero claro, de repente llega una brisa que cambia tu rumbo. Un suave abanico de
esperanza que te conlleva a modificar la planificada y segura ruta por otra más
arriesgada.
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