Quizá era el único escondite que me quedaba
para soñar. Antes de estallar acudía al verbo. A mi refugio. Las palabras reforzaban
el pensamiento, servían de escudo ante la duda y curaban el dolor. A veces, sin
tener más remedio, avanzaba como un loco hacia este pulcro oasis blanco. La
tinta corroía su pureza, se volvía maduro, dañado. Dejó de ser un paraíso para
convertirse en un reflejo. Un conjunto de ideas plasmadas sin lugar al error,
sin temor. El papel soportaba el peso.
Me
sentía ligero, libre, como si me hubiera desprendido de aquellos malditos
zapatos oscuros que tanto me apretaban el día de su entierro. Un día
gris, difícil de olvidar. El llanto fue
el único atisbo de mi existencia, si podría llamarse de algún modo. Mi Venus ya
no formaba parte de la obra. El lienzo vacío solo guardaba espacio para el
viejo. El afligido y solitario hombre
que jamás había pensado ser llegó en un abrir y cerrar de ojos, sin avisar ni llamar a la puerta. Con el paso de
los meses me convertí en esa persona que miras con tristeza cuando paseas de la
mano con tu chica, esa sombra que olvidas cuando doblas la esquina, que no le importa
a nadie cuando deje el mundo. Un juguete sin ningún niño con quien jugar.
Sin
embargo, la maldita hoja no era mano de santo. No fue inventada para ello. Ayudó,
pero no obró acciones milagrosas que devolviesen la alegría o las ganas de
luchar. Por lo que, al cabo del tiempo, la tristeza retornó mis noches. La mullida
almohada, demasiado grande para un solo individuo, pasó a ser mi leal terapeuta
nocturna. Escuchó y no dejó de hacerlo. Hubo días que, como si de mi Venus se
tratase, me secó las lágrimas y me permitió acariciarla y abrazarla.
La condena continuó, esperé que la sentencia llegase rápido, que me llevase junto a ella, lejos de la realidad pero cerca de mi vida. Su imagen apareció poco a poco en mi memoria, recordé su atezado cabello, su dulce aroma, su frágil piel. Y fue en ese momento cuando tomé la difícil, pero tan ansiada decisión.
Mientras termino esta carta un vetusto trozo de espejo y una bañera repleta de agua caliente esperan a este viejo para despedirse del miedo, del recuerdo y del dolor.
La condena continuó, esperé que la sentencia llegase rápido, que me llevase junto a ella, lejos de la realidad pero cerca de mi vida. Su imagen apareció poco a poco en mi memoria, recordé su atezado cabello, su dulce aroma, su frágil piel. Y fue en ese momento cuando tomé la difícil, pero tan ansiada decisión.
Mientras termino esta carta un vetusto trozo de espejo y una bañera repleta de agua caliente esperan a este viejo para despedirse del miedo, del recuerdo y del dolor.
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